Meses de silencio. Enmudecí consciente de que este viaje diario con el que pretendía construirnos a través del espejo había dejado atrás a la única mujer cuyo regazo ansio. Sirvan estas líneas de testamento, de mensaje en una botella, por si a alguien sirven de espejo.
Al fin he comprendido mi sed. Me sacio en esa sensación absoluta de abandono a ella, en la que ninguna otra mujer tendría nunca sitio. En realidad, todo el juego gira en torno a la excitación del sometido. La interrupción del placer, se torna deliciosa tortura. El tiempo se detiene en la antesala del orgasmo y aparece poco a poco el abandono absoluto ante su promesa. Progreso desde su caricia hacia el azote, incapaz de resistirme a su tacto, a su voluntad. Llego a desear su gesto severo, casi aberrante, sólo para sentir la profundidad de mi entrega, de mi derrota, pues vivo en la esperanza de que mi privación será recompensada.
No busco el dolor ni el castigo, sino el intervalo suspendido en el regazo de aquella que decide por mi la negación del placer o su afirmación inesperada. Y así la excitación aparece ya ante la más insignificante demostración de su dominio. Porque se que habrá equilibrio entre placer y martirio.
Hasta siempre