6/9/09

Petrilli


No siempre fuimos uno. Primero fue la larga noche en la que te desconocía. Lejos de mis yemas tu carne concreta, vague por el mundo enfermo de extraña melancolía, anhelando lo que nunca ha tenido. Soñaba encontrar la pureza encarnada para ser armado caballero por la estrella que guiaría cada uno de mis gestos.
A veces, creí haberte encontrado. Recuerdo alguno de tus falsos nombres. Cuanto mayor fue la primera dicha, mayor la decepción. Te busqué en los bancos de iglesias y tugurios y buscándote, llegué a unirme a la mujer que abrazaba cuando murió mi padre. Pronto se hizo invierno pero fui fiel a mi palabra. Acepté que nunca jamás serías y marchité mis sueños. Me convencí de que no existías, para aceptar mejor la mediocridad del paisaje. Sin licencia para partir, hiberné durante ocho años, que hoy parecen irreales.
Liberado por los actos ajenos, emprendí viaje. Un día resucitaste. Recordé que te pensaba y te busqué de nuevo, luz de mis días, entre las sombras del mundo. Años después, en una escalera, te vi por vez primera y me invadió la intuición del milagro. Recuerdo que fuimos almas gemelas sobrevolando las nubes del mundo. Poco a poco, nuestros cuerpos se enredaron.
A menudo recuerdo aquellas tardes naranjas en Madrid, con el sol invadiendo tu lado de la cama.
Largas siestas de caricias desnudas.
Tres años después, pronunciamos nuestros votos ante el mundo.
Hoy hace un año de aquello.
Somos uno, al fin.
Descanso.
Descanso en ti, en tu olor, en tu calor, en tu sonrisa, en tu silencio.
Me siento amado más allá de lo prudente.
Eres mía, amita linda, esposa fiel, ángel caído, estrella brillante, belleza nívea, cuerpo fragil.
Descanso en tí.
Sólo en tí.

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