5/9/09

Arthur de Pins

El primer café a solas tardó en llegar, pero se prolongó durante horas. Dos extraños cruzan palabras acariciando el alma ajena en un juego de seducción que pretende desnudar al contrario, destruir todo aquello que sea personaje y fachada. Reconocemos en el otro nuestras búsquedas, nuestras escasas certezas, nuestra identidad.

Hace tanto tiempo ya, que el recuerdo tiene esa pátina brumosa que difumina sus contornos. Sin embargo, estoy casi seguro de que el erotismo fue un gran ausente en aquellos primeros roces. Ninguno de los dos despertó en el otro un deseo irrefrenable de carne, sino más bien una sensación extraña de haber tropezado con un espejo en el que tratar de comprender nuestras propias complejidades.

Cristianos sin iglesia, progres sin partido, amantes sin amado, viajeros sin patria clara ni destino, honestos cuando el mundo deja, temerosos siempre de perdernos en un mundo deshonesto.

Nos encontramos cuando ambos habíamos cruzado ya la línea de la sabiduría hacia el abandono de la certidumbre. Ninguno era isla, sino viaje, en busca de la belleza auténtica, escondida, profunda, íntima.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Si deseas dejar un comentario, es bienvenido. Te anticipo, no obstante, que no contestaré por expreso deseo de la mujer a la que amo. Rara vez cuestiono lo que la hace feliz.