Utilizo los códigos sutiles que hemos ido tejiendo en busca de tu permiso. Me ducho y me tumbo desnudo a tu lado, en la cama, ante la película francesa que acaba de empezar. Tu calor corporal fecunda mi deseo. Fantaseo con el tacto de tu mano, preludio habitual del permiso, cuiando siento su peso muerto sobre el muslo. Me ignoras en un marco de incertidumbre que alimenta mi excitación durante más de veinte minutos. En un momento dado siento el débil vaivén de tu cuerpo contra mi sexo, aprisionado contra tu espalda, como un eco apagado de mi propio deseo.
Luego, con una frase corta, destruyes toda esperanza y te duermes.
Y la privación me quema por dentro en la madrugada.
Si deseas dejar un comentario, es bienvenido. Te anticipo, no obstante, que no contestaré por expreso deseo de la mujer a la que amo. Rara vez cuestiono lo que la hace feliz.
Comenzamos a explorar mi sumisión dos años antes de nuestro matrimonio. Creo que fue entonces cuando empecé a recopilar, siguiendo siempre tus reglas, una buena colección de imagenes de dominación femenina.
Elegí la semana previa a nuestra boda para preguntarme a mi mismo porqué las había elegido. Y a través de estas fantasías de otros exploré en lo más profundo de las propias, organizandolas para tí en torno a una
PROPUESTA CONTRACTUAL AD ETERNUM
con la que construir un universo de entrega absoluta...
GENIAL.
ResponderEliminar