2/9/09

Aleksandra Marchocka

Me acuesto a las seis de la mañana en la cama, después de dormitar la tórrida madrugada en el sofá del salón, donde corre una brisa fresca y constante. En el amanecer me reprochas tu soledad nocturna.
- Me desperté a eso de las cuatro y estaba sola,- dices mientras comienzas a frotar mi miembro.
- Te dormiste y me levanté. No podía dormir,- me defiendo.
- Ya. Por cierto, ¿cuánto tiempo llevas sin llegar?, apenas te he oído quejarte estos días,- añades acelerando la cadencia.
- Dos... tres días,- te digo entre suspiros.
- Ni siquiera llevas bien la cuenta. Pues hoy no será conmigo, me desperté con ganas de tocarte y no estabas cerca- dices despegándote de pronto de mi carne temblorosa y limpiando tu mano sobre mi torso.
-Ya verás como esta noche sí que duermes conmigo; hoy puedes tocarte tú sólo si quieres,- añades mientras te marchas hacia la ducha.
Me abandonas a mi excitación, por primera vez en cuatro años de relación. En infinidad de ocasiones has aplazado la concesión del sexo que suspiro, pero esta es la primera ocasión en que me excitas para castigarme. Oigo correr el agua sobre tu cuerpo y comprendo que va en serio. No volverás. Llevo mi mano hasta el sexo, pero me invade un vacío mayor aún que mi deseo. No ansío tu roce, ni siquera la calida presencia de tu aliento cercano. Bastaría tu figura en el quicio de la puerta, tu mirada silente y distante sobre mi acto animal para sentirme pleno en el orgasmo.
Y sólo por poder susurrarte en la siesta un "te he esperado" me privo de deshacer los nudos de mi cuerpo retorcido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Si deseas dejar un comentario, es bienvenido. Te anticipo, no obstante, que no contestaré por expreso deseo de la mujer a la que amo. Rara vez cuestiono lo que la hace feliz.