3/7/09

Barbara O'toole

Aprovechamos la jornada reducida para sudar la tarde. Juego un par de sets al paddle mientras tu patinas el atardecer anaranjado. De vuelta a casa, te encuentro en la ducha.
- Que bien me vas a venir, -me dices como recibimiento- ven a frotarme la espalda con la esponja.
Tu frase práctica, resolutiva, envuelve mi voluntad como si estuviese cargada de erotismo. Me meto en el vaso y te froto con dulzura y método, llenando tu piel de espuma que resbala por los cauces de tus curvas hacia el sumidero, incapaz de aprehenderte.
- Ahora tú, -añades- date la vuelta.
Pongo mi rostro bajo la ducha y apoyo ambas manos contra la pared, dándote la espalda. Llenas tu mano de jabón y, tras pasar brevemente por mi espalda, comienzas a recorrer mis zonas más íntimas. Después de dedicarte con energía a frotar mi miembro, tus dedos resbalan buscando el lugar en el que, en ti, el más oscuro objeto de mi deseo se hunde en tus entrañas. Presionas con la yema de tus dedos, como si me penetrases.
- Es increíble. No acabo de acostumbrarme a que no tengas aquí un agujero... Sólo tienes este de aquí atrás. –añades mientras comienzas a frotarlo con tus dedos llenos de jabón.
Yo apenas me muevo. En estos días, con escasos gestos, consigues llevarme hasta ese lugar mental en el que lo único que deseo es abandonarme a ti. Simplemente me dejo hacer.
- Ya estas limpio, sécate. –afirmas.
Y cesa todo juego.

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