29/4/09

Montorgueil

Cuando al fin permites que me toque, tu descansas después de dos orgasmos. Reposas y apenas te siento. Me inunda un cierto vacío. Desearía sentir tus dedos girando sobre las cumbres de mi pecho aprisionado. Desearía sentir tu aliento sobre la pie estremecida y temblorosa. Desearía sentir atención y cerco, collar y juego, presión y caricia, en una sucesión imprevisible que construyesen en mi recuerdo una experiencia plena, intensa, única e indivisible. Todo ese desearía se concreta en una palabra insólita que escapa de mi boca:
-¡Fóllame!.
Las sílabas de mi boca, decostruidas por el tímpano resuenan con distancia, como si viniesen de otro. Me cruza el pensamiento fugaz de incredulidad hacia mi mismo, de incomprensión del proceso que me ha llevado a elegirla de entre todas las palabras para resumir en un vocablo mi sed compleja.
-¡Fóllame!.- repito, como un mantra.
No logro lo que ansío. Me miras como un psicoanalista a su paciente, mientras acaricias mi pecho. Cuando acabo, derrotado, me susurras, divertida, tu conclusión.
- Eso mismo te decía yo a ti, hace ahora uno o dos años, cuando me cediste el poder y comencé a azotarte con mi palma desnuda mientras aún me penetrabas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Si deseas dejar un comentario, es bienvenido. Te anticipo, no obstante, que no contestaré por expreso deseo de la mujer a la que amo. Rara vez cuestiono lo que la hace feliz.