23/4/09

Alann

Hoy consientes, sin que nada sea distinto. Alargo la mano hasta la mesilla, revuelvo un poco, rompo el precinto plateado y ciño en torno a mi carne el caucho que siempre estuvo ahí, tan cerca y al mismo tiempo tan lejos. Me coloco sobre ti y siento la calidez de tu cuerpo engullendo al mío. De repente una mueca de disgusto se dibuja en tu rostro y me detengo.
- Es demasiado grande.- me dices
Tu frase me llena de dudas. Quizás, el mero pensamiento de consumar mi deseo en tus entrañas aporte, dada mi condición de esclavo, un mar de sangre suplementaria que antes no existía. O puede que, en tu condición de dueña, tu carne perezosa se haya acostumbrado a estar dormida. O tal vez antes de ser lo que somos consintieras con secreto disgusto. ¿Acaso sientes que me debes algo?
No puedo evitarlo. Salgo de ti. No es un gesto de renuncia y entrega consciente. Ese gesto ya fue hace mucho tiempo. Es el gesto pauloviano de quien ha aprendido a darse.
Salgo de ti y te susurro al oído. Mi placer ya no puede basarse en tu disgusto, y si eso significa olvidar qué se siente al penetrar a una mujer, sea. Hace tiempo que cedí ese privilegio, sólo tienes que leer las reglas. Tan sólo deseo tus caricias, tus azotes, tu atención permanente...Te abrazo con ternura mientras trato de hacerte comprender. Y dos lagrimas escapan de tus cuencas mojando las sábanas con la pureza de un orgasmo no fingido.

2 comentarios:

  1. Y dos lagrimas afluyen tambien a los mios...

    Mucha belleza, muchísima, permitemelo decir.

    ResponderEliminar
  2. Maravillosa entrega.
    Pasión incontenible.
    Sumisión pauloviana.
    Excelso relato de lo que un sumiso entrenado entrega a su dominante masculino o femenino en el momento de ser controlado su orgasmo.
    Un saludo.

    ResponderEliminar

Si deseas dejar un comentario, es bienvenido. Te anticipo, no obstante, que no contestaré por expreso deseo de la mujer a la que amo. Rara vez cuestiono lo que la hace feliz.