28/2/09

Dali

Hoy me han contado que una madame de París afirma que tuvo al pintor como cliente asiduo. En uno de sus encuentros, él penetró a una oca a la que la madame cortó la cabeza en el momento preciso en el que él llegaba al climax. Ocurriese o no realmente, me resulta creíble que las complejidades del deseo del genio, mezclasen de esa guisa eros y tánatos, placer y dolor, vida y muerte, transformando su propio sexo en una escenificación del surrealismo.
Al escuchar la historia no he podido evitar recordar mi cuadro favorito del pintor, en el que la desnudez alba y virginal de su compañera, provoca el fetichismo del que mira, que se hace uno con el deseo no cumplido omnipresente a través de las puntas que señalan cada orificio en la piel de ella. Siempre he pensado que la modelo, estática, misteriosa, puta y maternal al mismo tiempo, fue el faro en torno al cual giró con virulencia el genio.

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