12/9/09

Jim German


Leo en el QUO de agosto un artículo acerca de la tendencia creciente por parte de las mujeres, en lugares como Colombia o Kenia, de promover huelgas de piernas cruzadas hasta que los hombres resuelvan sus diferencias. “Casi podría definirse como una esclavitud fálica que permite a la mujer dosificar el sexo e ir manejándolo a su antojo, bien como castigo, bien como refuerzo positivo”.

Lo más revelador, como segunda derivada, las opiniones de los expertos occidentales, hombre y mujer, sexólogos ambos, claramente contrarias a esta práctica.

La huega de piernas cruzadas supone un mazazo para la sexualidad bien entendida. El sexo debería estar ligado a la necesidad de sentirse amado, deseado y conectado con la pareja. Rechazarlo puede tener un coste emocional muy alto”, dice ella.

El boicot sexual, aunque eficaz, es difícil de entender en una cultura como la nuestra, donde el sexo se desenvuelve en un ambiente de cordialidad y de respeto. La pareja busca el disfrute máximo y cada uno expresa sus deseos. Como argucia está muy bien planteada, ya que el deseo sexual no satisfecho crea al varón un conflicto interno enorme que le lleva a buscar finalmnete una salida, bien dando rienda suelta a sus pasiones fuera del hogar, o bien cediendo a las peticiones de su pareja”, dice él.

¿Qué nos están diciendo? Admitir el desequilibrio de poder sexual entre el hombre y la mujer es, en Occidente, una transgresión cultural de primer orden. Hay una forma moderna y reglada de amarse que participa de la ficción de la igualdad en todos los órdenes de la vida. Los sacerdotes del mundo moderno, cuyo estola es una bata blanca de científico, anatemizan cualquier otro esquema, objetivándolo como patología del comportamiento humano.

Debemos amarnos en la horizontalidad de la cama, sin peldaños ni tronos, pues somos iguales en todo.

Yo, sin embargo, vivo en un mundo desigual en el que mi deseo fluye y se hace presente. Ella siempre me sonrie cuando sucede. A veces, exacerva ese deseo sólo para contemplarlo gotear y sentirme suyo por completo. Tiene los orgasmos más profundos cuando yo estoy en ese lugar de absoluta entrega. Otras veces me da las buenas noches, mientras me queman las entrañas.

A partir de las dos de la madrugada, tengo permiso para tocarme si no puedo conciliar el sueño. Hace, sin embargo, meses que no hago uso de ese privilegio. En una espiral de entrega que no puedo llegar a explicar, prefiero retener lo que ella no ha liberado, con la certeza de que mi gesto conmoverá el suyo.

Yo no habito el Occidente en el que hombres y mujeres deben desearse a partes iguales. Yo nunca escondo mi deseo y ella no padece terribles dolores de cabeza.

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