15/7/09

John Ballard

Mientras comemos, a la salida del trabajo, me informas.

- Hoy voy a tener que darte unos azotes. No es culpa tuya, pero el marido de una compañera se ha ido con otra. Tendrás que pagar, por todos los hombres; además te recordaré donde debes mirar siempre.

No serán unos azotes cualquiera. No te cuesta demasiado esfuerzo convencerme. Camino de casa, paramos en el centro comercial con la idea preconcebida de echar un vistazo en Etam. Descartamos los restos rebajados y elegimos juntos un corpiño negro con toques de tabaco y dorados. Me invitas a mirar en el probador, pero declino para enaltecer la sorpresa. Espero con paciencia. Imagino las varas del corpiño presionando tu cuerpo, repasando las fascinantes hipérboles de tu carne mágica, sacra, telúrica. De pronto sales de entre las cortinas y me lo tiendes con un gesto de aprobación. Termina en una caja rosa, junto a las braguitas a juego.

Ya en casa, marcas los tiempos de la liturgia. Tras la ducha y el cepillado de dientes, a fin, te veo. Estás soberbia, hermosa, infinita. Te ayudo a ponerte unas medias de verano de un negro traslúcido metálico. Las prendo de los ligueros que penden del corpiño, llenando tu carne de tensión. Tu puesta en escena para alimentar mi fetichismo roza hoy la perfección. Me doy cuenta de que, incluso, te acabas de retocas los labios. Posas para mi, encendiendo mi deseo.

- Hoy puedes deleitarte con mis medias,- me dices.

Después de recorrerte largamente, comienzo a besar tu entrepierna con método, en busca de tu orgasmo. Mi torpeza o tus prisas, quien sabe, atraen a tus dedos al terreno. Sus uñas cortanes rozan con mi lengua. Cuando me sientes, dudas, paras, te apartas, pero de pronto vuelves con el ímpetu de las olas que se han retirado de la playa sólo para llenarse de fuerza.

Orgasmo. Sólo entonces, tras una pausa cercana al cigarrillo de antes, llegan mis azotes ritualísiticos. Tras los primeros silbidos de la fusta y su aterrizaje sobre mi carne, el esclavo te provoca con sus palabras al oído.

- Me has azotado por los pecados de otro, pero tu mano miente. Imagina, por un momento, como serían esos azotes si fuesen la consecuencia de mi deseo hacia otra mujer,- te digo sin atreverme a mencionar el hecho imposible de dejarte por otra. Entonces, tu mano descarga su peso sobre mi con la ira encendida por los celos difusos.

- Te atraparé para siempre a base de deseo y disciplina...- me dices.

Por la noche, eres de nuevo un ser humano, derrotado, mortal, débil, cercano... Te duermes entre mis dedos, que masajean tu cansancio. Allí tendida, eres todo cuanto puedo desear en la cama, en el camino, en la risa, en la brisa, en la noche, en la mirada.

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