
- Mira.- me dices, cuando te recompones.
Introduces las dos primeras falanges de dos de tus dedos lentamente y llevas a mi boca el fruto de tu orgasmo. Podría parecer el gesto entre un ama y su esclavo, pero no hay contrato. Limpio tus dedos. Entonces, demando con autoridad que me toques, mientras te sientas a horcajadas sobre mi rostro. Es un gesto que no te pertenece. Siento el peso de tu cuerpo, el sabor de tu flor abierta de par en par. Comienzo a penetrarte con la lengua, mientras tú me llevas al placer. Intento penetrarte tan profundamente como mi lengua me permite.
- Eres mío.- afirmas. Todo es muy confuso. A pesar de la vista, respondo contundente:
- No lo soy.
- Creo que estaba deseando que te revelases,- añades mientras hundes tus caderas.
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