9/5/09

Van Rijn

Después de la siesta, forcejeamos. Todo es muy confuso. Nuestras lenguas se enroscan sin reglas ni ataduras. Mientras te tocas, abierta de par en par ante mi, penetro con mis dedos, sin permiso, en tus entrañas. El placer te llega, te sacude y te agitas con violencia.
- Mira.- me dices, cuando te recompones.
Introduces las dos primeras falanges de dos de tus dedos lentamente y llevas a mi boca el fruto de tu orgasmo. Podría parecer el gesto entre un ama y su esclavo, pero no hay contrato. Limpio tus dedos. Entonces, demando con autoridad que me toques, mientras te sientas a horcajadas sobre mi rostro. Es un gesto que no te pertenece. Siento el peso de tu cuerpo, el sabor de tu flor abierta de par en par. Comienzo a penetrarte con la lengua, mientras tú me llevas al placer. Intento penetrarte tan profundamente como mi lengua me permite.
- Eres mío.- afirmas. Todo es muy confuso. A pesar de la vista, respondo contundente:
- No lo soy.
- Creo que estaba deseando que te revelases,- añades mientras hundes tus caderas.

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