16/3/09

Montorgueil

Ayer fuimos al cine a ver Camino. En una escena, la directora de la casa de la Obra entrega a su compañera numeraria una diminuta bolsita de punto azul cielo.
- Tengo un regalo para ti.- le dice mientras le tiende el objeto, que semeja el tierno aspecto de un patuco.
Luego descubrimos que se guarda tres pequeñas piedras, no más grandes que un garbanzo. Ella sabe como usarlas y las introduce en su zapato...
La mortificación de la carne arranca de una tradición antiquísima con la que el hombre, en su afán de elevarse, ha castigado a la bestia que desea. Cuando aparece el deseo se responde con el flagelo. Aquellos que aman como nosotros dan una vuelta de tuerca al mecanismo, provocando al mismo tiempo el estímulo y la respuesta.
Esta retorcida mortificación no está presente en nuestra cama. Te gusta alimentar mi deseo y someterlo, como quien lleva a un caballo a campo abierto sin permitirle galopar, pero no deseas causarme dolor.
A mi, amor mío, me es indiferente. Me doy cuenta de que mi único deseo a estas alturas es contemplar tu triunfo por los medios que escojas, pero es inevitable reflexionar sobre el sentido del dolor. Lo impropio es el daño físico, la secuela, pero no el dolor como sensación.
Sentir, de eso se trata. Ser dueño de lo que el otro siente.
Imagina a una mujer vestida para seducir que con una mano acaricia el epicentro del hombre y con otra pellizca la periferia. Imagina por un instante la mezcla de sensaciones que eso provoca en el ser abandonado. Premio, castigo, frío, calor, contraste... Aceptación del oleaje.


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