6/2/09

Rudolf Schaft

Amanezco y me abrazo a tu espalda, buscando tus recovecos. Mi carne endurecida reclama las atenciones que se le vienen negando. Han pasado cinco días... Te acaricio lentamente mientras tu ronroneo anuncia el despertar. Te aprietas contra mi unos segundos.
- Voy a ducharme.- me dices.
A tu vuelta, mi carne sigue dura, casi enrrojecida. Noto que te apiadas y cambias tus planes.
- Tienes permiso para tocarte en el baño. Pero no hagas ruido.- anuncias mientras comienzas a vestirte.
En la ducha, mi mano libre acaricia la carne deseosa. Y, de repente, renuncio. Así no, pienso. Y aunque el animal que me habita desea el orgasmo, el esclavo que ya soy desea mucho más regalarte estos cinco días de abstinencia, sentir su presión creciente, sentir la quemazón que provocará tu mano llena de caricias, obligándole a retorcerse, antes de aliviarlo.
En la calle te lo cuento.
- Qué lindo eres.- me respondes.
Y tu mirada anticipa escenarios lentos, silenciosos, turbadores...

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