15/2/09

Jim

Cuando he vuelto a casa, sin necesidad de que yo abriese la boca me has pedido perdón con lágrimas en los ojos. Te has apoyado contra la puerta, nada más cerrarla, y has adoptado la posición idónea para recibir tres cachetes de castigo, que has reclamado tu misma. Y mi palma abierta ha volado con afán de enrojecer tus nalgas para recordarte que incluso tú, ama mía, no eres libre. Estas paredes son tu castillo cuando estamos sólos. Tienes derecho a comportarte caprichosamente. Ante terceros, jamás.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Si deseas dejar un comentario, es bienvenido. Te anticipo, no obstante, que no contestaré por expreso deseo de la mujer a la que amo. Rara vez cuestiono lo que la hace feliz.