
Cuando los días trascurren sin verso, se nutren de lo ya escrito. Otros, sin embargo, una frase, un gesto provocan una riada de pensamientos que, deconstruidos y reordenados, llenan una estación en este templo sin ciclo. Cada día, una ofrenda.
El efecto es mágico. Es bello leer en invierno nuestras primeras flores y en primavera contemplar los copos que se fueron. Hoy es ayer, hace un mes o hace un siglo, quien sabe. Líneas que llegan a iluminar el hoy como la luz desde las estrellas lejanas.
Al dejar de ser el relato de lo inmediato, al abrirse una brecha en el tiempo entre lo que hoy leo y lo que hoy vivo y escribo, percibo el hilo argumental más claramente. Una idea me ilumina: hoy es siempre.
Nulle die sine linea, hasta el fin de los tiempos.
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