
- Es el regalo más lindo que me has hecho.- dices mientras observas el trenzado de la fusta.
Mides cada golpe, tratando de no exceder la frontera invisible del juego erótico, y te provoco en busca de la asencia de límites en tu muñeca. Abrazo mi cuerpo a lo largo de tus largas piernas. Pego mi rostro a la piel de tus tobillos asidos, el pecho a tus rodillas... La piernas encogidas te proporcionan un acceso generoso a todos mis pudores.
- Si en vez de 40 sólo tuvieras un golpe para decirme que soy tuyo, ¿cómo sería?...
El escozor que sobreviene al silencio es dulce. Me habla de tu deseo, de tu sed de posesión.
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