Michael Manning

Sé que esta imagen no te gusta. Pero así me siento aún en ocasiones. La primera vez fue aquella en que me ataste al sofá y me mostraste todo tu cuerpo antes de cabalgarme. Aquella experiencia lo cambió todo. Me hice adicto a desearte, a sentir la desesperación que precede al orgasmo. Deseaba escalar montañas cada vez más altas, habitar en la ausencia de oxígeno para desear como algo extraordinario una simple bocanada. He llegado a verte totalmente subyugado por tí. En esos momentos, el inmenso amor que te tengo se convertía en un rumor de fondo, un río subterráneo, lejano, casi ajeno. Lo que siento, en esos momentos, es la tensión contenida en el animal domesticado.
En algún punto del camino, creo que dejó de gustarte todo aquello, como esta imagen. Demasiado obsceno, quizás. En algún punto del camino. Creo, de hecho, que pasó hace ya tiempo. Un día dejaste de ponerte medias. De algún modo, dejaste de echar troncos a la hoguera que encendiste. Me querías sobrio de tí, para poder amarte con mesura. Yo, sin embargo, no he dejado ni un instante de desear esa parte de tí que me enloquece. Creo, de hecho, que durante meses, he alimentado mi deseo con el pasado, con la fantasía de lo que fue, negando la evidencia de que dejó de ser.
Pero estoy feliz de habernos reencontrado en el hoy, de comunicarnos de nuevo a través del tacto, más allá de nuestros miedos.