31/3/09

Hata Deli


Llegará el día en que la Gran Pirámide se habrá disuelto en el desierto, porque la erosión implacable habrá desgarrado cada uno de sus granos de arena.
Llegará el día en que el nombre de cualquier pedazo de carne cierta habitará la oscuridad absoluta del olvido. Ninguna gesta humana será recordada, ni siquiera las de aquellos, como Aquiles y Héctor, que sobrevivieron a ser héroes en la historia contingente de sus pueblos para mutar en arquetipo universal.
Cualquier bestia es una forma que siente el agónico deseo de perpetuarse eternamente frente a los envites del entorno. El hombre no es distinto en sus instintos, pero conoce el resultado de esa partida: ninguna forma subsiste. Y así, el místico, bajo los nombres propios de todas las épocas, ciencias y religiones, persigue su verdadera identidad en lo que fue, es y será, más allá del tiempo que todo lo trasmuta, pero nada destruye. Cuando él dice nada soy, dice lo soy todo.
Todo eso lo sé y sé que tú también lo sabes. Fue esa cercanía a la quietud ascética lo que nos unió en un principio. Y, sin embargo, me enrosco a tu carne que será pútrida como la mía, para zambullirme en el instante de sensaciones que nos ha sido dado. Me has devuelto la necesidad absurda de encadenarme al mundo. La quietud será pronto, sideralmente hablando. Hasta entonces, vivir, sufrir, gozar.

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